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Santuario de Guayente

La religión cristiana tiene un papel en muchas leyendas del Valle de Benasque. El origen de uno de sus templos más venerados, el santuario de Guayente, que se alza sobre un escarpado cercano al pueblo de Sahún, tiene su origen en una de estas leyendas.

El origen de uno de los templos más venerados el santuario de Guayente, que se alza sobre un escarpado cercano al pueblo de Sahún, se remonta al año 1070 y a un caballero llamado Hernando de Azcón. Cuenta la leyenda que se le apareció la Virgen en un paraje conocido como Roques Trencadas, por lo que el noble decidió construir una ermita en el lugar.

La relación entre la familia Azcón y la Madre de Dios no acabó con ese gesto, los descendientes recibieron más favores, hasta que uno de ellos, Pedro de Azcón, decidió ampliar el santuario y convertirlo en una verdadera iglesia. Cuando estaba rezando en la ermita, entraron dos jóvenes y entablaron conversación, en el curso de la cual el noble comunicó sus intenciones. Los muchachos se ofrecieron a ocuparse del asunto y las obras avanzaron de una manera incomprensiblemente rápida hasta dar forma al templo actual.

Cuando el noble quiso pagarles su trabajo, se negaron a aceptar ninguna remuneración, nunca más se supo de ellos. La tradición local sugiere que los envió el mismísimo Dios por intercesión de su madre. Desde entonces, el santuario, compuesto por la residencia prioral y por la iglesia en cuyo altar mayor se conserva un delicado retablo renacentista que narra la Vida de la Virgen, es un destino muy estimado en la comarca para la celebración de matrimonios y bautizos, y para pedir favores a la Virgen, unas peticiones que, al parecer, esta satisface la mayor parte de las veces.

El pirineísta Antoine Benoist adjunta una descripción amplia e interesantísima de su visita al santuario de Guayente el día 8 de septiembre de 1891. Día de la fiesta en honor a Nuestra Señora de Guayente, que tiene como acto el baile tradicional Ball dels Sombrers en el que los mayordomos llevan un ramo metálico en la cabeza, heredado por generaciones. Existe un dicho respecto a esta fiesta: “Birgen de Guayen / apatrica-me el casamén, / me combienga u no me combienga / apatric-ame-güe”:

El santuario de Guayente está compuesto por una iglesia bastante vulgar, de gusto jesuita, del siglo XVII, y de un cuerpo principal de vivienda bastante grande unido a la iglesia, con un ala que da la vuelta. Esta parte del edificio incluye el alojamiento del párroco que comunica con la capilla, más un corredor, una sala de recepción y una habitación conocida con el nombre de “habitación del arzobispo”, un poco mejor cuidada que las otras y desde la cual se tiene una vista admirable sobre todo el valle. Es en el patio, bastante estrecho, rodeado por un lado por la iglesia y por los otros dos, por el resto del edificio, donde tendrá lugar después de misa el baile tradicional que da ese carácter original a la fiesta de Sahún. Mientras tanto, los campesinos de los pueblos vecinos, desde Benasque hasta Villanova, Sos y Castejón, llegan a pie o a caballo, mayoritariamente con sus mujeres y sus niños, y vienen a fumar cigarrillos en la terraza que está a la entrada del patio. Allí, numerosos vendedores de fruta, sobre todo de uvas negras, han desembalado sus cestas.

En una pradera, a la izquierda de la iglesia, los más prudentes van a escoger un lugar a la sombra para comer en familia después del oficio religioso. Los caballos, los asnos, las mulas están atados aquí y allá, en los árboles…

Con sus fajas azules y sus pañuelos de cabeza multicolores, esos buenos mozos de aspecto truculento parecen bandoleros, pero hacen menos ruido y sobre todo, son infinitamente más pacientes que muchos franceses que conozco.

…El cura párroco, de aspecto paternal y risueño, nos recibe con un cigarrillo en la mano y nos lleva a su habitación, desde donde podremos asistir sucesivamente a la misa y al baile, ya que la habitación está comunicada con la tribuna de la iglesia y el baile tendrá lugar en el patio que hay bajo su ventana.

La muchedumbre invadió la pequeña iglesia donde cabían con más o menos holgura trescientas personas, pero este día es probable que el número se triplique. Asistimos a la entrada de los fieles desde la tribuna. Antes de santiguarse, los hombres se quitan el pañuelo de colores vivos que sustituye a los sombreros; se arrodillan y se santiguan dos veces seguidas. Al poco rato, la tribuna donde me encuentro se llena como el resto de la iglesia; es aquí donde se colocan los cantores y los músicos, sin contar con el resto de la gente…

De repente, se oye una música alegre y viva…Están en el ofertorio de la misa y los honores al Señor y a la Virgen están acompañados por el son del violín, la guitarra, la bandurria y el figle (gran instrumento de viento de cobre y con boquilla, con llaves).

Una vez terminada la misa…En un rincón sombrío del patio…Llegan los conductores del baile, los jefes del coro con ramilletes de albahaca detrás de la oreja, al igual que todo el mundo, y además, con una especie de penacho de flores artificiales sujeto a su pañuelo de cabeza…ejecutan uno tras otro un paso parecido al de la jota. Bailan al son de las castañuelas, acompañados por la música de la orquesta. A los conductores del baile siguen veinticinco o treinta jóvenes que dan la vuelta al patio marcando el ritmo con las castañuelas después de haber bailado delante del señor alcalde…los bailarines giran a la derecha y a la izquierda, formando figuras variadas hasta la pieza final, momento en el que se reúnen en un grupo compacto, en el centro del patio, gritando una especie de “¡hurra!” al cual se une todo el público…Lo que le caracteriza, es que son únicamente los chicos los que participan y lo sorprendente para los franceses, es que estos jóvenes campesinos endomingados, danzan todos al compás y algunos con verdadera gracia. Entre ellos, había hombres muy guapos, más concretamente dos hermanos…dos buenos mozos de seis pies de alto, vigorosos y bien proporcionados, nada desgarbados pese a su gran estatura y que llevan con natural elegancia el traje del país: chaleco abierto encima de la camisa, la gran faja que envuelve los riñones, el calzón que deja entrever el calzón blanco, y por fin, las medias azules y las alpargatas.

…los miembros de la corporación se reúnen en una sala grande…Hay una mesa colocada en el centro; traen una bota monumental donde caben…18 litros. Uno de los jóvenes llena de vino media docena de vasos colocados en una bandeja que circula luego entre la asistencia a la vez que pasan una cesta llena de una torta que se parece al pan bendecido en nuestras iglesias. El más viejo…se sirve primero un trozo de torta y moja sus labios en el vaso que vuelve a colocar en la bandeja; los demás beben después. Esta comunión en la misma copa debe tener un origen religioso y simboliza la fraternidad humana”.

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